agosto 22, 2015

Palabras de Presentación de "TELENOVELA ADENTRO"


A PROPÓSITO DE “TELENOVELA  ADENTRO”


                                                                        Leonardo Padrón

                                   
                                  La tradición dicta que la cultura popular suele conquistar el desdén automático de los ámbitos académicos. La llamada intelligentsia gusta de mirar por el rabillo del ojo y con dos dedos cubriendo su nariz a toda manifestación cultural de consumo masivo. En esta vieja historia, la telenovela ocupa un rol protagónico. Contar con millones y millones de adeptos a lo largo del planeta activa todos los recelos. Los círculos intelectuales exudan un sustantivo que es un reflejo automático al referirse a la televisión: prejuicio. La piensan como un burdel gigante y a la telenovela como su celestina mayor. Quizás no es casual que justo ayer se celebrara el nacimiento de José Ignacio Cabrujas, un hombre de teatro y de luminosas neuronas que entregó buena parte de su vida a dignificar la propuesta de la telenovela venezolana. Atreverse a ser también un hombre de televisión le granjeó el desprecio de no pocos intelectuales del patio. Precisamente ayer, a guisa de homenaje, el escritor Gustavo Valle hizo circular en las redes un perfil que publicara hace años sobre José Ignacio Cabrujas. Allí escribió lo siguiente: “No recuerdo en mi época de estudiante en la Escuela de Letras en la UCV la menor mención a su escritura, a pesar de que Cabrujas ya era el gran dramaturgo y el cronista estrella. Así como batía record de lectores, batía record de indiferencia académica. No querían a un escritor de telenovelas entre sus pares. Afortunadamente hoy en día las cosas han cambiado. Para nadie, o casi nadie, es inconcebible pensar la cultura sin la participación de lo popular”.

                  Suscribo las palabras de Gustavo Valle. Claro, tampoco es que a la telenovela le han abierto de par en par las puertas de sus sacrosantos recintos. Pero al menos la han dejado entrar, con cierto aire furtivo. Y ese cambio en la mirada se debe a gente como Carolina Acosta Alzuru, alguien que ostenta un PHD en Comunicación Social en la Universidad de Georgia, y que desde hace 16 largos años se ha dedicado a investigar con profusión y rigor las entrañas del célebre y a la vez satanizado género del melodrama audiovisual. Carolina Acosta muy pronto olfateó el tamaño de la aventura intelectual que iniciaba y siendo su zona de investigación favorita la interacción entre medios, cultura y sociedad entendió que la telenovela era la comarca perfecta para profundizar su análisis.

                  Sus exhaustivas investigaciones sobre el tema han sido premiadas internacionalmente y la han llevado a sitios tan extremos entre sí como la India, Chile, Suecia, España, Irlanda, Turquía, Francia, México o Serbia, para hablar del género donde Venezuela fue vanguardia y hoy llora de nostalgia sobre sus escombros. Así, como saldo de esos 16 años de dedicación, Carolina Acosta nos presenta hoy su tercer libro llamado Telenovela Adentro, un libro peculiar donde, sacudiéndose el corsé académico, la autora da paso a un tono más íntimo y subjetivo y descuelga sobre las páginas una polifonía de textos de distinto origen pero igual desembocadura.

         Tampoco es casual que el epígrafe que inicia el libro sea una frase de Cabrujas: “Estamos iniciando una travesía por un género desprestigiado en los círculos altos y, al mismo tiempo, instalado en la conciencia de nuestros pueblos”. Esa frase resume estupendamente la intención del libro de Carolina Acosta Alzuru. Aquí están sus muchos años de navegación en el mundo del melodrama. Aquí está su mirada más honesta y conmovida, y no por ello, menos rigurosa. Si alguien quiere saber cómo es la trastienda de la industria de la telenovela, he aquí una notable puerta de acceso.  Es, como ella misma lo ha dicho, un libro que se mete debajo de la piel del género.

La televisión, que se basa en la construcción de fantasías, genera a su vez una impresión fantasiosa sobre su naturaleza. La gente suele creer que los actores son insoportables divos que acumulan fortunas en mansiones impensables. El cenital de la fama suele distorsionar la realidad objetiva. La audiencia también supone que el mundo del espectáculo, por definición, está lleno de fatuidad. Una de las zonas que ilumina este libro es justamente ese territorio de falsas leyendas y largo chismorreo que estereotipa la mirada. Aquí, los hacedores del espectáculo (actores, productores, directores, escritores) son revelados en su verdadera dimensión. Este libro descorre el telón sobre los recintos mas privados del gigantesco galpón donde se fabrican historias de amores imposibles. Y, más allá de analizar las tramas argumentales que fascinan a tantos televidentes, se asoma a su complejidad, a sus riesgos, a sus enemigos naturales y a sus héroes  anónimos.

Carolina, como toda académica que se respete, se ha basado en dos métodos indispensables: la mirada que se detiene y la palabra que interroga. La investigadora que observa y toma nota, que pregunta y toma nota. Así, ha ido descubriendo cómo un atajo de 40 páginas de escritura diaria se convierte en emoción, en espectáculo público, en rating, en hecho sociológico, en producto cultural. Por eso aquí está también el país del presente, la Venezuela agobiada por la censura, y su hija oscura, la autocensura, está aquí la crisis severa, la terapia intensiva que hoy somos, la mirada a otras latitudes que ahora reinan sobre el género, está aquí la mirada sobre eso que llaman la telenovela internacional que va desde Doña Bárbara, versión Miami, a la Reina del Sur, emblema exitoso de la llamada narconovela.

No dejo de celebrar que alguien que se ha formado en las entrañas de los pasillos universitarios luche de forma tan enfática por entender las más íntimas resonancias sociales de un género tan satanizado y, a la vez, tan irreversiblemente popular como la telenovela.

          Telenovela adentro también nos sirve para entender que quizás todo país tiene la telenovela que se merece. Y que recuperar la radiante industria que alguna vez fuimos pasa por recuperarnos a nosotros mismos.